Espejismo? Lo digo otra vez. Sólo el que
alberga en su corazón el amor a la humanidad, el que es capaz de captar por
completo la idea de una Fraternidad práctica y regeneradora es el cualificado
para la posesión de nuestros secretos. Sólo él, sólo ese hombre —no abusará
nunca de sus poderes, y no habrá que temer que los emplee con fines egoístas.
Un hombre que no coloque el bien de la humanidad por encima de su propio bien,
no es digno de convertirse en nuestro chela, no es digno de alcanzar un
conocimiento más elevado que el de su vecino. Si busca fenómenos, que se
contente con las jugarretas del espiritismo. Ese es el verdadero estado de las
cosas.
Hubo un tiempo en que, de mar a mar, desde las montañas y desiertos del
Norte, hasta los grandes bosques y llanuras de Ceilán, sólo había una fe, un
grito unánime: salvar a la Humanidad de las miserias de la ignorancia, en
nombre de Aquel que fue el primero en enseñar la solidaridad entre todos los
hombres. ¿Qué ocurre ahora? ¿Dónde está la grandeza de nuestro pueblo y de la
Verdad única? Estas —puede decir usted— son hermosas visiones que alguna vez
fueron realidad en la Tierra, pero que se han desvanecido como la luz de un
atardecer de verano. Sí; y ahora estamos en medio de un pueblo conflictivo, de
un pueblo obstinado o ignorante que trata de conocer la Verdad y que, sin
embargo, no es capaz de encontrarla, porque cada uno la busca sólo para su
propio beneficio y satisfacción, sin dedicar ni un pensamiento a los demás.
¿Nunca se darán ustedes cuenta, o mejor dicho, nunca se darán ellos cuenta del
verdadero significado y explicación de esa gran ruina y desolación que se ha
apoderado de nuestro país y amenaza a todos los países, el de usted en primer
lugar? El egoísmo y el exclusivismo son los que mataron el nuestro, y el
egoísmo y el exclusivismo son los que matarán el de ustedes —el cual, además,
tiene otros defectos que no citaré. El mundo ha nublado la luz del verdadero
conocimiento, y el egoísmo no permitirá que resurja, porque el egoísmo es
excluyente y no aceptará la absoluta confraternidad de todos los que nacieron
bajo la misma ley natural inmutable.
Usted vuelve a equivocarse. Yo puedo
censurar su curiosidad cuando sé que no es provechosa. Soy incapaz de
considerar como una impertinencia aquello que no es más que el libre ejercicio
de las capacidades intelectuales del razonamiento. Puede que usted vea las
cosas a una falsa luz, y con frecuencia las ve así. Pero usted no concentra toda
la luz en usted mismo, como hacen algunos, y ésta es una cualidad superior que
usted posee sobre otros europeos que conocemos. Su afecto por K.H. es sincero y
apasionado y, a mis ojos, ésta es su cualidad redentora. ¿Por qué tendría
usted, entonces, que esperar mi contestación con ninguna clase de
“nerviosismo”? Pase lo que pase, nosotros siempre seguiremos siendo sus amigos,
puesto que no reprochamos la sinceridad, ni siquiera cuando se manifiesta de
manera en cierto modo censurable, como cuando se pisotea a un enemigo caído —el
desventurado Babu.
Suyo, M.
Suyo, M.
Cartas de los Mahatmas a A.P. Sinnet
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