La mayoría de nosotros tenemos un concepto muy erróneo
de la Verdad. Frecuentemente la consideramos una meta y el alcance de la misma
lo llamamos perfección. Pero... ¿es así realmente? La Vida de Dios expresada
bajo forma de ley natural o de conciencia integradora en la expresión de la
Naturaleza, está siempre en movimiento. No hay reposo alguno dentro del eterno
dinamismo de Su acción creadora, ya que la detención de su impulso significaría
la muerte para todo el Universo. De ahí que definir o proyectar una meta o
tratar de reducir el impulso creador plegándolo a una circunstancia
determinada, puede significar la paralización de la conciencia individual,
aunque no la del eterno mivimiento liberador.
Naturalmente
que ustedes arguirán de que existen metas, absolutamente cósmicas incluso para
la propia Divinidad, cuyo Universo se siente proyectado por el espacio infinito
hacia zonas de incalculable trascendencia y que Ella -tal como se nos ha
enseñado esotéricamente- se halla también evolucionando, persiguiendo
determinados objetivos cuyo alcance jamás podrá medir el limitado entendimiento
humano.
Esta
es una razón muy lógica y hasta me atrevería a decir que absolutamente
científica, habida cuenta de que existe una mecánica común dentro del
insondable Cosmos que impulsa los astros a seguir rutas aparentemente
prefijadas en la inmensidad de los Cielos. Sin embargo, ningún astro se halla
detenido jamás en su curso, ni aún después de haberse extinguido la vida
orgánica en su interior, pues entonces la mecánica del propio movimiento
cósmico provee a su movimiento, tal como ocurre en el caso de nuestro satélite,
la Luna. Este astro muerto está inexorablemente unido a la gravedad terrestre y
sigue la oscilación y traslación natural del planeta Tierra por todos los
puntos zodiacales. Significa ello que el movimiento de los astros, sea cual sea
su condición y estado, es eterno y que aún despues de extintos y carentes de
fuego creador continúan vagando por el firmamento hasta su total disolución.
Este
símil puede ser íntegramente aplicado a la vida espiritual, tomando al hombre
como una constante sicológica en nuestro intento de descubrir la Verdad.
Recuerdo que siendo todavía muy joven soñé una noche que me hallaba parado en
el centro del Universo y que todo el firmamento, soles, estrellas y planetas
oscilaban a mi alrededor. El espectáculo era maravilloso, sin embargo no me
satisfizo su visión. Años más tarde, comentando un día con el Maestro este
sueño me lo descifró en este sentido: “Todo el Universo se halla en movimiento
y todo ser que consciente o inconscientemente trata de detenerse sufre de la
crisis de resistencia impuesta a la oscilación o movimiento general o
universal. De ahí el sentimiento de implenitud que experimentabas, aún cuando
te encontrabas fuera del cuerpo y contemplabas parte del gran secreto cósmico.
En aquella época perseguías tú una meta muy rígida e inamovible y pese a tu
buena intención equivocabas el sistema ya que, sin darte cuenta, detenías
dentro de tí el movimiento del corazón, verdadero centro espiritual de toda
criatura, que te impelía incesantemente hacia el movimiento universal”.
Los
años transcurridos desde entonces fueron jalonados de grandes experiencias,
tanto espirituales como síquicas, pero jamás olvidé el sentimiento de soledad
que me embargaba al sentirme solo, varado y sin movimiento dentro del
incansable movimiento del sistema cósmico. Aquel sueño no fue por tanto un
simple sueño, sino que tuvo caracteres de revelación. Las palabras posteriores
del Maestro tuvieron el valor inapreciable de una experiencia trascendida. De
ahí que desde entonces considero la Perfección como un eterno movimiento en espiral
ascendente que surge del corazón en forma de luz y que constantemente va
ascendiendo, pero que no culminará jamás. La paralización de la mente humana en
cualquier punto dentro de esta espiral de luz, es decir, la fijación de una
meta determinada como culminación de un sinnúmero de esfuerzos o disciplina,
sólo podrá indicar un logro más o menos perfecto, pero jamás la perfección. Así
son realizados en el tiempo las ideas o los arquetipos que la Divinidad ha
creado para el cumplimiento de Su Plan de Perfección.
Lo
que ocurre es que el ser humano, individualmente o como grupo, persigue
constantemente metas o se propone objetivos, pero, cristaliza en sus
actividades y se embebe en sus motivaciones parciales, por cuyo motivo queda
detenido en el tiempo. Ha de existir lógicamente un sentimiento natural de
descontento aun dentro del logro de cualquier meta, técnicamente reconocida
como buena, cuando ha pasado un cierto tiempo y la conciencia se ha apropiado
de todos sus posibles significados y experiencias. Este descontento y la
natural sensación de implenitud que lo acompaña, indicarán siempre que aquella
meta ha sido rebasada por los propios acontecimientos temporales y que hay que
reemprender el movimiento ascensional dentro de la espiral infinita de la perfección
cósmica.
Una
idea sera buena, desde el ángulo esotérico o puramente analítico, en tanto que
sus repercusiones mentales dentro del cerecbro humano permitan destilar todavía
mas sutiles y profundos significados, de no ser así es mejor abandonarla y lanzarse
audazmente a la búsqueda de otras más elevadas e incluyentes. Hay que recordar
al respecto que sólo hace unos pocos siglos que el sistema geocéntrico era
considerado correcto e indiscutible desde el ángulo astronómico para explicar
la mecánica del Universo y que solamente los Conocedores e Iniciados
sustentaban el sistema jheliocéntrico, el único y verdadero, por cuyo motivo
fueron cruelmente perseguidos e inmolados. No vamos a referirnos aquí
naturalmente a las despiadadas persecuciones religiosas contra aquéllos que
veían claro el proceso universal del movimiento cósmico, aunque sí deberemos
reconocer esotéricamente que la historia que es juez de los actos de los
hombres y la ley del karma que es justicia y cumplimiento, sancionarán en su
día a todos aquellos que con su inhumano proceder negaron el movimiento infinito de la Vida de Dios que
surge incontenible de Su Corazón eterno y desbordante.
De
acuerdo con el principio hermético de analogía el movimiento del corazón humano
es idéntico al del sistema heliocéntrico. Tiene un centro místico de expansión
natural que lo proyecta constantemente hacia el Cosmos y no es falsa, por
tanto, aquella afirmación evangélica de que “...sólo por el corazón será
salvado y redimido el hombre”... es decir, iniciado dentro de los Misterios
solares. El descubrimiento del corazón espiritual no simplemente del órgano
físico cardiaco, será la más grande motivación de los discípulos y aspirantes
de la Nueva Era, en la que la técnica de aproximación a los misterios celestes que
contienen la clave del movimiento cósmico, se basará fundamentalmente en el
AGNI YOGA, el Yoga del Fuego, en cuyas expresiones la mente será trascendida en
su aspecto meramente intelectual y el Fuego solar reemplazará al Fuego de
Kundalini en la expansión de las energías espirituales contenidas en el
corazón.
Los
nuevos tiempos vendrán revestidos lógicamente de nuevas ideas acerca del
destino universal del hombre y, de acuerdo con un inusitado y maravilloso
despliegue de energías siderales que tendrán como punto de proyección a nuestro
planeta Tierra, la más correcta de las actividades humanas será sin duda la de
seguir atentamente y sin detenerse la orientación natural que aquellas ideas
ofrecen, pero sin tratar en ningún caso de paralizarse en los repliegues de la
acción dinámica llevada a cabo.
Percibir,
sin detenerse, será la perfecta norma de vida y la expresión del AGNI YOGA.
Así, de esta manera, la creciente expansión del movimiento en espiral de la
vida humana irá cumpliendo su destino, abriéndose contantemente desde el
corazón individual hacia el indescriptible Corazón cósmico. Tal es la ley que
regirá los altos designios de la Nueva Era en la que el corazón, como centro
del dinamismo creador, tendrá para los discípulos mundiales la más absoluta y
augusta preferencia...
Por: Vicente Beltrán A.:
Hermano Mayor
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