Podríamos
simbolizarlo de la siguiente manera. Una inmensa vasija de vidrio arrojada al
suelo de descompone en una cantidad infinita de fragmentos. Cada uno de tales
fragmentos ha adoptado una forma
particular y debido a ella se siente solitario, impleno y separado... Ahora
bien, en virtud de ciertas leyes universales de unidad espiritual, cada uno de
tales fragmentos posee una memoria vaga
y lejana aunque permanente de la totalidad de la vasija de la cual formaba
parte. Si le asignamos el nombre de Dios a la inmensa vasija fragmentada y el
de ser humano a cada uno de los fragmentos, tendremos una idea simbólica y
aproximada del complejo sicológico del hombre, sea cual sea su raza, sus
creencias o su condición social. La capacidad infinita del fragmento de
reconstruirse dentro de la totalidad de la vasija dentro de la cual se hallaba
contenido, toma el nombre místico de Sendero y el Sendero, abarcando la
totalidad de lo creado, ha sido designado genéricamente como Ley de la
Evolución.
Así,
tal como es evidente, el ser humano es un ser solitario, aun cuando se halle
inmerso en el seno de una numerosa comunidad social. Todos sus esfuerzos, a
veces equivocados, tienden inexorablemente hacia la Divinidad de la Cual todos
los hombres sin excepción son unos humildes aunque preciosos fragmentos. Otra
de las razones lógicas del símbolo que estamos considerando es la de que todo
ser humano, por insignificamente y humilde que parezca, resulta imprescindible
para que al final de cierto ciclo de Vida, la Totalidad de Dios pueda
reflejarse en la vida humana realizando el Arquetipo de perfección del Cuarto
Reino, el Centro de la evolución planetaria.
El
problema infinito de la soledad humana, sólo podría ser resuelto teniendo en
cuenta la relación inquebrantable que existe entre la Realidad, Dios, y la
cantidad increible de fragmentos que constituyen la distintas humanidades del
Sistema. Tales relaciones, una vez el ser humano ha llegado a cierto grado de
integración espiritual, deben ser conscientes y reflejar en toda su pureza la
majestad de la Fuente de la Vida de la cual pocede. Se trata de unas relaciones
directas y sin intermediarios, estos intermediarios que interponen a veces su
autoridad entre el hombre y Su Creador, configurando los ideales, las
creencias, las religiones y todos los sistemas de entrenamiento espiritual
basados en las antiguas tradiciones o en conceptos dogmáticos acerca de la
Verdad... Hablamos muy específicamente del hombre que por haber llegado a
cierto definido grado de integración espiritual, se ha hecho asequible a las
profundas motivaciones divinas que surgen de lo más hondo de su ser. En los
demás casos debería ser discutida abiertamente y con toda sinceridad cuál es el
mejor de los sistemas de entrenamiento intelectual, moral o religioso que
corresponde a cada uno de los seres humanos.
Aceptando
como válida y aún necesaria la presencia de “intermediarios” entre el hombre y
Dios, cabría preguntarse entonces si tales intermediarios cumplen con los
adecuados requisitos de convencerle de la verdad de Dios, pero son atarle a
concepto alguno de carácter separativo e inhumano, tal como la imposición de
ciertos dogmas o de ideales cerrados, mezquinos o faltos de grandeza
espiritual. Pues, tal como evidencian los hechos y tal como puede ser
comprobado a través de las luchas religiosas de todos los tiempos, cada
religión, ideal, creencia o sistema de contacto divino, recaba para sí el
privilegio de la Verdad divina aislándose así por grande que sea el número de
sus fieles y creyentes, de la comunidad social planetaria de la que forma parte
y alejándose progresivamente de las inmaculadas Fuentes de la Vida espiritual.
Bien,
todas estas cosas son sabidas por el inteligente observador de los hechos
históricos que se han producido en el mundo a través del tiempo, pero es
necesario advertir que aun los llamados “esoteristas” están pecando sutilmente
del mismo mal y constituyen, sin saberlo, comunidades aparte, solitarias o
aisladas, dentro del ambiente social en que viven inmersos. El asunto en sí es
muy delicado y toda persona inteligente debería tratar de comprenderlo en
extensión y profundidad, es decir, en forma total y completa.
No
cabe evidentemente en el desarrollo de la acción social correcta, pretensiones
tales como ésta: “...somos depositarios únicos de la Verdad tal como puede
comprobarse por el estudio y significación de nuestros libros sagrados”. Pero,
en definitiva, ¿qué es un libro sagrado? Quizás sea el fruto de una revelación
espiritual recibida hace muchos miles de años, pero cuyas motivaciones más
íntimas pertenecen todavía a aquellas lejanas edades debido a que el ser
humano, por docto e inteligente que sea, ha perdido su íntima y maravillosa
capacidad de síntesis o de intuición y sólo parafrasea verdades intelectuales,
la cáscara de significados eternos que jamás llegaron a ser adecuadamente
interpretados.
Repito...
¿Qué importancia tienen para el ser humano inteligente las interpretaciones más
o menos ingeniosas de los especialistas religiosos? Una verdad es aparente y
así es aceptada por el verdadero investigador espiritual. De ahí que si el
indivíduo descubre la Verdad en su interior, deja automáticamente de prestar
atención a los libros sagrados y a las palabras de aquéllos que se dicen sus
intérpretes. Hay que aceptar lógicamente pues que no hay verdaderos poseedores
de la Verdad ni hombres realmente santos que pierdan el tiempo en descifrar el
lenguaje a menudo simbólico de las Escrituras. Ellos se han convertido en la
propia Escritura y en el Verbo de la Revelación. Su misión es reflejar la luz
recibida de la manera más conveniente y asequible a las gentes, demostrando una
radiación espiritual y una sabiduría viviente que había perdido su fragancia al
pasar por las interpretaciones dogmáticas de los textos contenidos en los
libros sagrados en cualquier religión organizada del mundo.
Hay
que aceptar noble y sinceramente que quien posea la Verdad la expondrá
naturalmente y sin reservas en cada una de sus vivencias cotidianas y que sólo
aquél que no la posea deberá refugiarse constantemente en los textos de las
Escrituras con el peligro que supone el interpretarlos inadecuadamente.
V.B. Anglada
Desde mi
corazón, la Paz y el Amor de Cristo-Jesús, sea en tu corazón.
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